Te miré a los ojos y me di cuenta que ya no reflejaban esa fuerza que yo había conocido en ti. Me di cuenta que ahora esa mirada penetrante vagaba por el dormitorio de una forma extraña, sin un rumbo fijo. Corrí a tu lado y sostuve tus manos con las mías. Ya no había ese calor que yo sentía antes cuando solía acariciarlas. Me quebré en llanto y sólo atiné a decirte que te quería demasiado.
De pronto, pensé en la idea de hablarte, quizá aún podrías oírme, quizá aún tendrías algo de fuerza para sentir mis palabras. Despiértate, no nos dejes. No me importa todo lo malo.. que vuelva a pasar si es necesario, pero no nos dejes. Levanté mi rostro de tu pecho y me di cuenta de que unas lágrimas caían por tu mejilla. Me oías, yo no me había equivocado. Y cómo equivocarme, te conozco demasiado como para saber que aún en los peores momentos oirías mis palabras. Recé con mucha fe, como quizá pocas veces suelo hacerlo. Lo hice por ti.
No podía resignarme a la idea de que no se podía hacer nada más. Cómo estar tranquila si me dicen que tu vida empieza a apagarse y yo sin poder cambiarla por la mía. Agité tu cuerpo incesantemente pidiéndo que no me dejaras. Diciéndote que cumpliría la promesa que te hice. Ni siquiera eso hizo que todo cambiara de dirección.
Me sentía impotente, triste, inconsolable. Tus ganas de vivir se apagaban cada vez más y yo sin poder darte ese soplo de vida para hacerte renacer una vez más. Pensé que me hablarías así como lo hiciste días antes. Como cuando llegué con mi hermana y logramos que abrieras los ojos para decirnos que nos amabas y que éramos lo mejor que tenías. Pensé que volverías a tomarnos de las manos y decirnos una vez más que nos amabas tanto como nosotras a ti. No pasó nada.
Ya déjalo descansar. Esas palabras lapidaron mis fuerzas. Me dejaron sin nada que decir y me hicieron llorar más que nunca. Más que siempre. De pronto, tus manos empezaron a enfriarse y dejaste de respirar. Mi frente estaba sobre ellas como cuando quería que me consolaras. Se acabó.
Una serie de imágenes pasaron rápidamente por mi cabeza. Te quiero. Cuiden a su mami. Quiéranse mucho. Siempre estaré contigo, hijita. Todo, todas esas palabras retumbaban incesantemente en mis oídos.
Cómo resignarme a dejarte ir. Cómo consolarme con solo saber que ahora no sufrirías. No podía. No podré. Los días han sido difíciles. Mi vida lo seguirá siendo. Quizá aún más que antes. Pero no puedo cambiarla, solo puedo aferrarme a tu recuerdo, a eso tan valioso que pudiste dejarme. Con lo único que puedo estar feliz es con saber que aún estamos juntos, de la forma que fuese, pero estamos juntos. Los cuatro, siempre los cuatro, como tú decías. Te prometimos ser fuertes y estamos haciendo todo para cumplir con esa difícil promesa. En realidad muy difícil, pero si es por ti... entonces vale la pena.
Gracias por todo lo bueno que pudiste darme, por estar conmigo en los momentos difíciles, en los buenos y malos ratos. Gracias por esa seriedad que nos permitió ser las personas que somos ahora. Por los cuidados de papá celoso para que nadie nos hiciera daño. Gracias por ser tan fuerte y haber luchado tanto tiempo por nosotros, para seguir a nuestro lado. Gracias por haber sido nuestro papá.
Para el mejor papá del mundo. Que aunque ya no puede hablarnos con palabras, nos habla con el corazón. Te amamos y te amaremos toda la vida.