Cómo es que pueden haber diferentes realidades en un mismo país, cómo podemos ser tan indiferentes con los demás, cómo podemos mirarnos las caras y creer a veces que esa otra persona no merece nada, ni siquiera vivir.
Es domingo y quedé en salir con mi hermana y mi mejor amiga del colegio. Nos citamos a la una de la tarde en Miraflores. Abordamos el bus poco antes del mediodía, subimos presurosas ya que era un poco tarde. Desde mi abordo presentí algo extraño. Hallamos asientos desocupados y nos apuramos para llegar a ellos.
Miro a través de la ventana como siempre, me gusta hacerlo – desde que tengo uso de razón- porque puedo darme cuenta de que la realidad es distinta en cada lugar por donde paso. Me llaman la atención los carteles, las tiendas, pero sobre todo cómo llego a mi destino, por si me pierdo, al menos sé cómo regresar.
El bus se detiene y sube un joven de aproximadamente 20 años, dice ser un estudiante que trabaja para comprar los materiales que necesita para hacer sus trabajos en la universidad. Entiendo lo que debe pasar, estudio en una del estado y sé de las deficiencias materiales que hay, no sólo ahí sino también en los estudiantes. Le compro dos caramelos y lo miro amablemente. No podía serle indiferente como sí lo fueron varias de las personas a las que les ofreció sus golosinas. Pienso en él y dentro de mí rezo porque todo mejore (aprendí que es bueno hacerlo, ayuda mucho).
Han pasado treinta minutos, mi hermana se quedó dormida y el carro está algo lleno. Hay una señorita muy bien arreglada casi a mi lado que trae unos fólderes al parecer pesados, opto por ayudarla y ella me lo agradece.
Más o menos por la avenida Pizarro el bus otra vez se queda algo vacío, mi hermana se despierta, se limpia los ojos y empieza a mirar junto conmigo por la ventana.
Ya en la avenida Tacna, sube una niña con ropa muy gastada, de un lindo rostro y de sonrisa encantadora.
Dice que sabe bailar y cantar, dejo de mirar por la ventana y me concentro en ella. Empieza su presentación, baila de una manera muy chistosa y sin darme cuenta me saca una sonrisa; mi hermanita sonríe también y empieza a sacar una moneda de su bolsillo. Me dice que no tiene mucho dinero, pero le quiere dar algo porque seguro no tiene qué comer. La miro con ternura y pienso en cómo una niña de su edad puede tener más bondad que todos los del bus juntos.
Sigo mirando a la calle y veo a los ambulantes que van uno tras de otro ofreciendo sus productos, sólo en el paradero se le acercaron 3 vendedores a una misma persona. El trabajo es escaso, de eso no cabe duda.
Ya en la siguiente avenida el bus se detiene por unos 2 minutos. Una policía lo detuvo por cometer una infracción. Es entonces cuando veo que un hombre delgado de aspecto no confiable se acerca sigilosamente a una dama – muy bien arreglada- y le arranca de las manos su monedero. El hombre se va lentamente como si nada hubiera pasado y la gente que vio el suceso optó por no hacer nada.
El carro avanza, pero yo no me puedo quitar la imagen de ladrón de mi mente. Pienso en él y el porqué de su actuar, por qué robar teniendo manos y piernas para trabajar como los demás. Primero lo maldigo, pero después me doy cuenta de que quizá no tuvo otra opción, de que quizá ese es el mundo en el que le tocó vivir, el mundo donde los injustos ganan y los justos son juzgados, donde no se vive, se sobrevive.
Cerca a la avenida Camino Real empiezo a ver cosas distintas. Las calles están adornadas de enormes árboles, hermosos jardines y lindos rosales. Los edificios ya no son descoloridos ni están por derrumbarse como en los lugares anteriores por donde pasé. Estos son enormes, hermosos y basta ver el estacionamiento para darse cuenta de que la gente que vive dentro ya tiene otro nivel social. La gente tiene mejor apariencia, pero no todas tienen también al mismo tiempo un mejor corazón.
Mi hermana me habla de que le gustaría tener una “casota” así y un carro convertible, yo la miro, sonrío y le digo que estudie mucho si quiere vivir de una mejor manera, ella mueve la cabeza.
Ya estamos en la avenida Santa Cruz y la vista exterior es la misma, casas lujosas, autos último modelo, niños con niñeras en sus bicicletas y hombres de trajes elegantes caminando presurosamente.
Ese lado del mundo es distinto – porque ese pedacito es un pequeño mundo- cada rostro se ve más tranquilo, más seguro. Al otro lado, las personas caminan con miedo a ser interceptadas por algún ladrón y otras se ganan la vida vendiendo en las calles para poder llevar un pan a su hogar. La inseguridad abunda tanto como la pobreza.
Lima tiene dos partes: la del dinero, el trabajo y la seguridad y la de la pobreza y la inseguridad. Qué podemos hacer para unirlas y hacer que sea mejor. Simplemente dejando nuestra indiferencia y egoísmo a un lado y extendiéndole la mano al que la necesita de verdad.
"No dejemos que esas personas se sientan solas, hagámosles saber que estamos ahí para ellos, hagámosles saber que Dios existe."