domingo, 1 de marzo de 2009

Él siempre estuvo allí...


Su rostro se mostraba triste. Quizá pensaba que no tendría más que dar. Ellas lo miraron tiernamente y le dieron un abrazo casi interminable. Unas lágrimas brotaron de sus ojos. El rey estuvo siempre abrumado de trabajos, viviendo presurosamente la vida. El cansancio les robó el tiempo de amor a las princesas. Ahora él se encontraba en su cama, descansando. Su cuerpo estaba perdiendo la guerra. Cómo ayudarlo? Cómo decirle que aún hay mucho por hacer? La reina miraba a lo lejos su sufrimiento.

Lloraba pensando en todo el tiempo perdido por la maldita labor de cuidarlas, de intentar que ellas tuvieran todo lo que según él se merecían. La tristeza se había adentrado profundamente en el lugar, era difícil erradicarla, pero no imposible. Aún había tiempo de luchar contra ese monstruo que se había apoderado de la salud del rey. Su vida de un momento a otro había empezado la carrera de la vida. Sin pensarlo, él ya se encontraba luchando sólo. Únicamente faltaban ellas para darle ese aliento de vida que él necesitaba. Las miró tiernamente y posó su mano sobre ese tridente de amor. Su sonrisa afloró nuevamente y una luz iluminó su rostro como nunca antes. Él estaba con el rey, su amor sería infinito.

Sólo él podría darle esa paciencia y la tranquilidad que necesitaba. Sus princesas estaban a su lado. El rey y la Reina se abrazaron en un momento único. El amor de Dios había llegado.